"Los medios de comunicación son la entidad más poderosa de la Tierra. Ellos tienen el poder de hacer culpable al inocente e inocente al culpable y éste es el poder. Porque ellos controlan la mente de las masas." (Malcolm X)

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miércoles, 18 de noviembre de 2015

Características del grotesco

Les dejo este apunte para imprimir. Deben traerlo a clase el miércoles 25 de noviembre. No hace falta que lo lean, pero es absolutamente indispensable que lo traigan porque vamos a trabajar con él. 

El infierno musical (detalle)
El Bosco, siglo XV
Este término nace en la historia del arte para designar a ciertas pinturas ornamentales halladas en Italia a fines del siglo XV y cuyo estilo rápidamente se difundió entre los pintores renacentistas. Por ejemplo, un grotesco de Rafael representaba zarcillos que se enroscaban y desenroscaban y cuyas hojas se iban transformando en animales, es decir, todo indicaba la contradicción de las leyes naturales (separación de los mundos vegetal y animal, peso, tamaño)
Más tarde, en otros artistas, el efecto de contraste se acentúa. En un mundo claro y rigurosamente ordenado, va emergiendo un mundo oscuro y siniestro (peces con piernas y expresiones de dolor humano, vegetales cuyas ramas terminan en dedos, etc).  Pero más allá de las distintas formas que lo grotesco cobra, lo característico es la imposibilidad de establecer los límites entre un orden y otro: lo animal y lo vegetal, el objeto y el hombre, lo real y lo fantástico.
Esta representación de la realidad provoca en el receptor un sentimiento de angustia, al no poder ubicarse frente a un mundo siniestro cuyas ordenaciones se hallan suspendidas.
Existe una diferencia fundamental entre lo grotesco y lo cómico. Lo cómico anula la grandeza y la dignidad de la realidad, pero sin ponerla en duda. Provoca en el espectador un sentimiento de superioridad ante lo presentado o de complicidad con quien está haciendo la broma. En cambio, el grotesco por la presencia simultánea de lo cómico y lo trágico, impide al receptor situarse en cualquiera de los terrenos seguros de la tragedia y la comedia, y llorar o reír sin trabas. Por el contrario, la risa será ahogada por la angustia o el dolor y sonreirá mientras llora.
La bella y la bestia (detalle)
Kris Kuksi (contemporáneo)
Por otro lado, el creador del grotesco destruye las categorías de orientación en el mundo: los órdenes de la naturaleza, la categoría de objeto, el concepto de personalidad, el orden histórico, la coherencia lingüística, las leyes físicas, las leyes estéticas (lo bello- lo feo; lo cómico- lo trágico)
El creador que utiliza el grotesco representa una tercera posición frente a la realidad. Comprometido con ella, expresa un mundo desquiciado, pues cree en la imposibilidad de un mundo armónico. Por ello el grotesco es una de las formas más comprometidas de comunicar el mundo y el hombre.
El grotesco en el teatro.
Aparece por primera vez en el teatro durante el Romanticismo (S. XIX). Víctor Hugo introduce el término para designar una forma de expresión artística que combina “lo deforme con lo sublime”. Agrega: “Lo grotesco representa la parte material del hombre y lo sublime del alma”.
El teatro del grotesco se funda en la idea de que el hombre posee una máscara o apariencia que le permite vivir en sociedad, bajo la cual se oculta el verdadero rostro íntimo. Lo grotesco se produce cuando ese individuo, por diversas circunstancias, intenta hacer coincidir máscara y rostro simultáneamente. El conflicto entonces, se establece entre la máscara (de escribiente, galán, funcionario, doctor, esposo, amante) y el rostro (el cobarde, el humillado, el soberbio, el hipócrita, etc.)
El tema básico del grotesco es el dinero, o mejor, su ausencia. Asociado a él, van los fracasos, el desamor, la disolución familiar, la corrupción, el delito, la miseria, la humillación.
En cuanto a la construcción dramática, el grotesco está construido de manera similar al de la tragedia griega. Cuando comienza la intriga, estamos a un paso del desenlace. Y esto es posible pues la acción ha comenzado mucho tiempo atrás y sólo asistimos a la agonía final del “héroe”. Generalmente, un hecho exterior al personaje, sirve como resorte que hace saltar la intriga hacia el desenlace. Si bien el héroe intenta, en el nivel de la intriga, escapar a su destino, la situación es irreparable, pues la disolución familiar, el fracaso, el cansancio, han ido carcomiéndolo poco a poco. Esta inevitabilidad del destino vuelve más trágica su agonía final.
Con respecto a los personajes, estos aparecen generalmente nombrados por sus oficios, vinculando así estrechamente personaje-trabajo lo que hace que el individuo desaparezca detrás de su profesión o de su oficio, como si fuera más importante su rol en la maquinaria social que su identidad, su libertad individual, su deseo o su propia necesidad. Por eso, este procedimiento está en función de reforzar la contradicción individuo- masificación, es decir, el hombre pierde su identidad en el accionar de la masa. La masificación pervierte la decisión personal y la responsabilidad individual.
Personajes de Los cuernos de don Friolera
Ramón Valle Inclán (1866- 1936)
La apariencia de los personajes también es grotesca ya que están caracterizados como fantoches, un poco bestias, un poco muñecos, un poco hombres, un poco máquinas. La apariencia grotesca es reforzada por el movimiento (andares bamboleantes, movimientos torpes, porrazos, voces aflautadas o deformadas, etc.) El personaje se completa con el lenguaje que, muchas veces, contradice sus acciones o manifiesta la imposibilidad de comunicación con los otros o su falta de personalidad.
En cuanto al espacio, el escenario está generalmente repleto de elementos. El abigarramiento y profusión de objetos que pueblan la escena evidencia el agobio que padecen los personajes. En ocasiones, aparece un escenario múltiple: puede haber varios lugares en escena en los que se desarrollan diferentes episodios, lo que desestabiliza al espectador que debe elegir en qué episodio centrar la atención.
El grotesco pues, se caracteriza por la mezcla, por la indeterminación de los límites entre un mundo y otro, tanto en lo temático y en la construcción de los personajes como en su estructura y su escenificación.

jueves, 11 de junio de 2015

El artículo de opinión

A partir de la lectura de los siguientes textos, escribir un artículo de opinión de alrededor de 500 palabras:
1. Espeche, Miguel;  "No los expulsemos del nido antes de tiempo", La Nación, 11 de junio de 2015.
2. Sin autor; "Tres adolescentes por día se van de sus casas en la ciudad de Buenos Aires", Telam, 29 de abril de 2015.
3. De Masi, Victoria; "Tres chicos por día huyen por discutir con su papá", Clarín, 29 de enero de 2015.
4. Vivo en Argentina; Menores que abandonan sus hogares, TV pública, Buenos Aires, 19 de junio de 2015:


El trabajo se realizará de a dos en horario de clase el día miércoles 17 de junio, teniendo en cuenta las siguientes consignas:

1. Leer los artículos y ver el video. Tomar nota de los datos más importantes. Tomar posición con respecto al siguiente problema: ¿Cuáles son las causas por las que los adolescentes huyen de sus casas y qué hacer frente a este problema? (Pueden buscar información en otras fuentes)
2. Planificar:
Introducción: Resumir el problema y dar datos acerca del hecho de actualidad que desencadena el artículo. Expresar brevemente la posición tomada (puede ser en forma de pregunta)
Desarrollo: Enumerar dos, tres o cuatro argumentos para justificar la posición.
Conclusión: Retomar brevemente el problema y proponer posibles soluciones al mismo.
3. Escribir el texto según el plan.

Recordar el uso de conectores, la coherencia y cohesión textual y el cuidado de la ortografía y la puntuación. Traer a clase el material necesario para cumplir con las consignas.

lunes, 13 de octubre de 2014

Presentaciones orales colaborativas

1. La actividad tiene como objetivo fundamental que los compañeros presten atención, tomen nota y comprendan los temas dados. Por lo tanto, deberá apelarse a todas las estrategias del discurso expositivo explicativo vistos en clase para lograr dicho objetivo. El tema a exponer será el desarrollo del arte y la cultura desde los antiguos griegos hasta las vanguardias de principios del siglo XX.
2. Cada grupo deberá exponer entre 15 y 20 minutos.
3. Deberán compartir entre ustedes en la red algún soporte visual como, por ejemplo, Power Point o Prezi, en el que puedan insertarse tanto escritura o diagramas, como imágenes o videos. Cuando el equipo decida qué soporte utilizar se notificará a la docente, quien les compartirá una plantilla o un prezi a cada equipo.
4. Deberán organizar el trabajo en grupo, teniendo en cuenta las diferentes habilidades de los compañeros. Es conveniente que elijan entre todos un capitán que será quien distribuya democráticamente el trabajo y quien tratará de resolver dentro de sus posibilidades, probables conflictos.
Equipos
Equipo 1:
Ampalio, Joaquín
Patella, Lucas
Pastor, Malena
Badaracco, Agustina

Equipo 2
Prieto Aráoz, Joaquín
Vicens, Lisandro
Casado, Pilar
Achinelly, Francesca

Equipo 3
Bousiguez, Tomás
Puia, Nicolás
González Moreno, Candela
Herrera Miguens, Camila

Equipo 4
Erbino, Juan
López Arrigo, Matías
Forti Dono, Chiara
Casquero, Tamara

Equipo 5
Arcamone, Lucas
Kaufmann, Daniela
Mircea Anguita, Elisa
Merlo, Milagros
Abba, Micaela

Equipo 6
Cortizas, Delfina
Rodríguez Salinas, Macarena
Elisiri, Brisa
Patané, Sofía

Temas para la presentación
Los temas son los siguientes:

1. La antigua Grecia (s. V aC)
2. La Edad Media y el oscurantismo cultural. (s. I- XV)
3. El Renacimiento y el Barroco. (s.XVI y XVII)
4. El Neoclasicismo (s. XVIII)
5. Romanticismo, Realismo, Naturalismo, Impresionismo (s. XIX)
6. Las vanguardias (s. XX)

Estos temas se sortearán en clase de modo que le toque un tema a cada uno de los equipos.

Etapas del proyecto

A. Periodo de investigación y selección del material.
1. Investigar profundamente la época en cuestión (al final de estas instrucciones, encontrarán información sobre sitios seguros en Internet y bibliografía de consulta para el tema) Recuerden que el objeto de estudio es el arte y la cultura, no la historia; por lo tanto, los datos históricos sólo deben mencionarse para situar los procesos culturales o en el caso de que funcionen como causa o consecuencia de los mismos.
2. Seleccionar los aspectos más importantes: Subrayar las ideas clave, colocar en el margen los temas principales de cada párrafo o capítulo, elaborar gráficos y resúmenes para internalizar la información. Los gráficos serán especialmente importantes para el armado del soporte visual: Recordar que debe ayudar a que los destinatarios recuerden la información y no a confundirlos.
Seleccionar imágenes o videos representativos para ilustrar los conceptos.
B. Periodo de organización:
1. Repartirse el material a exponer de manera equilibrada. (Tener en cuenta que un buen comienzo y un buen cierre siempre son efectivos en una buena exposición)
2. A partir de este momento, cada alumno debe hacerse responsable de la parte que le toca porque no sólo se perjudicará a sí mismo si no cumple, sino que además perjudicará al equipo. Esto no significa que deben dejar de colaborar unos con otros para lograr el mejor producto posible.
3. El capitán o capitana debe estar al tanto del proceso y se encargará de que cada exposición esté relacionada con las demás. El que el grupo decida que será el encargado de unificar el ppt, deberá encargarse de los aspectos técnicos para que el soporte visual ayude al cumplimiento de los objetivos.
C. Periodo de la puesta en acción:
1. La presentación oral debe incentivar la capacidad auditiva de los compañeros, por lo tanto, debe tener en cuenta la modulación de la voz, el tono, el volumen, etc.
2. Además de la voz, el cuerpo y lo gestual es el medio a través del cual brindamos la información, por lo tanto, debemos usarlo como estrategia para captar la atención del grupo.
3. En cuanto a la presentación visual (el uso del Power Point o Prezi) debe utilizarse de manera muy cuidadosa, es decir, la presentación debe combinar texto escrito e imágenes o gráficos, de modo que no interfiera en la exposición oral. No debemos confundir a quienes escuchan y miran, por lo tanto, la parte textual en el ppt debe limitarse a las ideas principales (las mínimas más importantes) para que el grupo pueda seguirnos en la exposición. 

NO DEBE LEERSE LA INFORMACIÓN PROYECTADA EN LA PANTALLA, SINO QUE DEBE SERVIR COMO RECORDATORIO PARA NO PERDER EL HILO POR PARTE DE QUIEN HABLA Y PARA ORGANIZARLE LOS CONTENIDOS A QUIEN ESCUCHA.

Al final de la exposición del tema, alguno de los miembros del grupo debe hacer un cierre que resuma mínimamente los contenidos expuestos y, si es posible, dar un pie para el tema que sigue. Por ejemplo, si el grupo terminó con Realismo, dar pie para lo que vendrá en el s. XX que serán las vanguardias.
Les dejo acá algunas recomendaciones a tener en cuenta para las presentaciones orales, a partir de las cuales se evaluará la realización del soporte visual utilizado. Para ver estas instrucciones completas pueden hacer clic acá:



Por lo tanto, se evaluará el trabajo a partir de los siguientes criterios:

1. Presentación oral: 
a) Manejo de la voz y del cuerpo para la captación del auditorio.
b) Relevancia del contenido y organización de la información.
c) Uso apropiado del soporte visual.

2. Presentación del soporte visual: 
a) Claridad y precisión en la organización de la información.
b) Uso y relevancia de textos multimodales (escritura, audio, imagen y video)
c) Coherencia de los aspectos  con la exposición oral.

3. Trabajo colaborativo
a) Participación en la plantilla o el Prezi.
b) Habilidades de interacción, negociación, colaboración.

4. Produción general
a) Coherencia entre los expositores (que se abarquen todos los aspectos, que haya continuidad entre los miembros del equipo, etc.)
b) Coherencia visual entre las diapositivas (uso de formatos y fuentes que le den una unidad a la exposición en general)

Algunas fuentes de consulta: 

En versiones analógicas:
HAUSER, Arnold, Historia social de la literatura y el arte, Madrid, Guadarrama, 1963 (En tres tomos)
HAUSER, Arnold, Historia social de la literatura y el arte, Madrid, Debate, 1997 (En dos tomos)

En Internet:
Tomo 1 de la edición de Guadarrama: Capítulo III (Grecia y Roma), Capítulo IV (Edad Media) y Capítulo V (Renacimiento)
Final del tomo 1 de la edición de Debate: Capítulo V (Renacimiento), Cap. VI (Manierismo) y Cap. VII (Barroco) (Este archivo está en pocas partes, sobre todo en la parte de Manierismo, un poco ilegible)
Tomo 2 de la edición de Debate: Capítulo VIII (Rococó, Clasicismo y Romanticismo), IX (Naturalismo e Impresionismo) y X (Bajo el signo del cine)

¡Suerte en este nuevo desafío!

"Final del juego" de Julio Cortázar

El día miércoles 22 de octubre se representará la obra de teatro "Final del juego" en el colegio, obra basada en el relato homónimo de Julio Cortázar. Les dejo el cuento para que lo impriman de modo que podamos leerlo en clase para poder participar del debate una vez terminada la función. 



Final del juego
Julio Cortázar

        Con Leticia y Holanda íbamos a jugar a las vías del Central Argentino los días de calor, esperando que mamá y tía Ruth empezaran su siesta para escaparnos por la puerta blanca. Mamá y tía Ruth estaban siempre cansadas después de lavar la loza, sobre todo cuando Holanda y yo secábamos los platos porque entonces había discusiones, cucharitas por el suelo, frases que sólo nosotras entendíamos, y en general un ambiente en donde el olor a grasa, los maullidos de José y la oscuridad de la cocina acababan en una violentísima pelea y el consiguiente desparramo. Holanda se especializaba en armar esta clase de líos, por ejemplo dejando caer un vaso ya lavado en el tacho del agua sucia, o recordando como al pasar que en la casa de las de Loza había dos sirvientas para todo servicio. Yo usaba otros sistemas, prefería insinuarle a tía Ruth que se le iban a paspar las manos si seguía fregando cacerolas en vez de dedicarse a las copas o los platos, que era precisamente lo que le gustaba lavar a mamá , con lo cual las enfrentaba sordamente en una lucha de ventajeo por la cosa fácil. El recurso heroico, si los consejos y las largas recordaciones familiares empezaban a saturarnos, era volcar agua hirviendo en el lomo del gato. Es una gran mentira eso del gato escaldado, salvo que haya que tomar al pie de la letra la referencia al agua fría; porque de la caliente José no se alejaba nunca, y hasta parecía ofrecerse, pobre animalito, a que le volcáramos media taza de agua a cien grados o poco menos, bastante menos probablemente porque nunca se le caía el pelo. La cosa es que ardía Troya, y en la confusión coronada por el espléndido si bemol de tía Ruth y la carrera de mamá en busca del bastón de los castigos, Holanda y yo nos perdíamos en la galería cubierta, hacia las piezas vacías del fondo donde Leticia nos esperaba leyendo a Ponson du Terrail, lectura inexplicable. 

    Por lo regular mamá nos perseguía un buen trecho, pero las ganas de rompernos la cabeza se le pasaban con gran rapidez y al final (habíamos trancado la puerta y le pedíamos perdón con emocionantes partes teatrales) se cansaba y se iba, repitiendo la misma frase: 
-Acabarán en la calle, estas mal nacidas. 

    Donde acabábamos era en las vías del Central Argentino, cuando la casa quedaba en silencio y veíamos al gato tenderse bajo el limonero para hacer él también su siesta perfumada y zumbante de avispas. Abríamos despacio la puerta blanca, y al cerrarla otra vez era como un viento, una libertad que nos tomaba de las manos, de todo el cuerpo y nos lanzaba hacia adelante. Entonces corríamos buscando impulso para trepar de un envión al breve talud del ferrocarril, encaramadas sobre el mundo contemplábamos silenciosas nuestro reino. 

    Nuestro reino era así: una gran curva de las vías acababa su comba justo frente a los fondos de nuestra casa. No había más que el balasto, los durmientes y la doble vía; pasto ralo y estúpido entre los pedazos de adoquín donde la mica, el cuarzo y el feldespato Ä que son los componentes del granito Ä brillaban como diamantes legítimos contra el sol de las dos de la tarde. Cuando nos agachábamos a tocar las vías (sin perder tiempo porque hubiera sido peligroso quedarse mucho ahí, no tanto por los trenes como por los de casa si nos llegaban a ver) nos subía a la cara el fuego de las piedras, y al pararnos contra el viento del río era un calor mojado pegándose a las mejillas y las orejas. Nos gustaba flexionar las piernas y bajar, subir, bajar otra vez, entrando en una y otra zona de calor, estudiándonos las caras para apreciar la transpiración, con lo cual al rato éramos una sopa. Y siempre calladas, mirando al fondo de las vías, o el río al otro lado, el pedacito de río color café con leche. 

     Después de esta primera inspección del reino bajábamos el talud y nos metíamos en la mala sombra de los sauces pegados a la tapia de nuestra casa, donde se abría la puerta blanca. Ahí estaba la capital del reino, la ciudad silvestre y la central de nuestro juego. La primera en iniciar el juego era Leticia, la más feliz de las tres y la más privilegiada. Leticia no tenía que secar los platos ni hacer las camas, podía pasarse el día leyendo o pegando figuritas, y de noche la dejaban quedarse hasta más tarde si lo pedía, aparte de la pieza solamente para ella, el caldo de hueso y toda clase de ventajas. Poco a poco se había ido aprovechando de los privilegios, y desde el verano anterior dirigía el juego, yo creo que en realidad dirigía el reino; por lo menos se adelantaba a decir las cosas y Holanda y yo aceptábamos sin protestar, casi contentas. Es probable que las largas conferencias de mamá sobre cómo debíamos portarnos con Leticia hubieran hecho su efecto, o simplemente que la queríamos bastante y no nos molestaba que fuese la jefa. Lástima que no tenía aspecto para jefa, era la más baja de las tres, y tan flaca. Holanda era flaca, y yo nunca pesé más de cincuenta kilos, pero Leticia era la más flaca de las tres, y para peor una de esas flacuras que se ven de fuera, en el pescuezo y las orejas. Tal vez el endurecimiento de la espalda la hacía parecer más flaca, como casi no podía mover la cabeza a los lados daba la impresión de una tabla de planchar parada, de esas forradas de género blanco como había en la casa de las de Loza. Una tabla de planchar con la parte más ancha para arriba, parada contra la pared. Y nos dirigía. 

    La satisfacción más profunda era imaginarme que mamá o tía Ruth se enteraran un día del juego. Si llegaban a enterarse del juego se iba a armar una meresunda increíble. El si bemol y los desmayos, las inmensas protestas de devoción y sacrificio malamente recompensados, el amontonamiento de invocaciones a los castigos más célebres, para rematar con el anuncio de nuestros destinos, que consistían en que las tres terminaríamos en la calle. Esto último siempre nos había dejado perplejas, porque terminar en la calle nos parecía bastante normal. 

    Primero Leticia nos sorteaba. Usábamos piedritas escondidas en la mano, contar hasta veintiuno, cualquier sistema. Si usábamos el de contar hasta veintiuno, imaginábamos dos o tres chicas más y las incluíamos en la cuenta para evitar trampas. Si una de ellas salía veintiuna, la sacábamos del grupo y sorteábamos de nuevo, hasta que nos tocaba a una de nosotras. Entonces Holanda y yo levantábamos la piedra y abríamos la caja de los ornamentos. Suponiendo que Holanda hubiese ganado, Leticia y yo escogíamos los ornamentos. El juego marcaba dos formas: estatuas y actitudes. Las actitudes no requerían ornamentos pero sí mucha expresividad, para la envidia mostrar los dientes, crispar las manos y arreglárselas de modo de tener un aire amarillo. Para la caridad el ideal era un rostro angélico, con los ojos vueltos al cielo, mientras las manos ofrecían algo -un trapo, una pelota, una rama de sauce- a un pobre huerfanito invisible. La vergüenza y el miedo eran fáciles de hacer; el rencor y los celos exigían estudios más detenidos. Los ornamentos se destinaban casi todos a las estatuas, donde reinaba una libertad absoluta. Para que una estatua resultara, había que pensar bien cada detalle de la indumentaria. El juego marcaba que la elegida no podía tomar parte en la selección; las dos restantes debatían el asunto y aplicaban luego los ornamentos. La elegida debía inventar su estatua aprovechando lo que le habían puesto, y el juego era así mucho más complicado y excitante porque a veces había alianzas contra, y la víctima se veía ataviada con ornamentos que no le iban para nada; de su viveza dependía entonces que inventara una buena estatua. Por lo general cuando el juego marcaba actitudes la elegida salía bien parada pero hubo veces en que las estatuas fueron fracasos horribles. 

       Lo que cuento empezó vaya a saber cuándo, pero las cosas cambiaron el día en que el primer papelito cayó del tren. Por supuesto que las actitudes y las estatuas no eran para nosotras mismas, porque nos hubiéramos cansado en seguida. El juego marcaba que la elegida debía colocarse al pie del talud, saliendo de la sombra de los sauces, y esperar el tren de las dos y ocho que venía del Tigre. A esa altura de Palermo los trenes pasan bastante rápido, y no nos daba vergüenza hacer la estatua o la actitud. Casi no veíamos a la gente de las ventanillas, pero con el tiempo llegamos a tener práctica y sabíamos que algunos pasajeros esperaban vernos. Un señor de pelo blanco y anteojos de carey sacaba la cabeza por la ventanilla y saludaba a la estatua o la actitud con el pañuelo. Los chicos que volvían del colegio sentados en los estribos gritaban cosas al pasar, pero algunos se quedaban serios mirándonos. En realidad la estatua o la actitud no veía nada, por el esfuerzo de mantenerse inmóvil, pero las otras dos bajo los sauces analizaban con gran detalle el buen éxito o la indiferencia producidos. Fue un martes cuando cayó el papelito, al pasar el segundo coche. Cayó muy cerca de Holanda, que ese día era la maledicencia, y reboto hasta mí. era un papelito muy doblado y sujeto a una tuerca. Con letra de varón y bastante mala, decía: "Muy lindas estatuas. Viajo en la tercera ventanilla del segundo coche, Ariel B." Nos pareció un poco seco, con todo ese trabajo de atarle la tuerca y tirarlo, pero nos encantó. Sorteamos para saber quién se lo quedaría, y me lo gané. Al otro día ninguna quería jugar para poder ver cómo era Ariel B., pero temimos que interpretara mal nuestra interrupción, de manera que sorteamos y ganó Leticia. Nos alegramos mucho con Holanda porque Leticia era muy buena como estatua, pobre criatura. La parálisis no se notaba estando quieta, y ella era capaz de gestos de una enorme nobleza. Como actitudes elegía siempre la generosidad, el sacrificio y el renunciamiento. Como estatuas buscaba el estilo de Venus de la sala que tía Ruth llamaba la Venus del Nilo. Por eso le elegimos ornamentos especiales para que Ariel se llevara una buena impresión. Le pusimos un pedazo de terciopelo verde a manera de túnica, y una corona de sauce en el pelo. Como andábamos de manga corta, el efecto griego era grande. Leticia se ensayó un rato a la sombra, y decidimos que nosotras nos asomaríamos también y saludaríamos a Ariel con discreción pero muy amables. Leticia estuvo magnífica, no se le movía ni un dedo cuando llegó el tren. Como no podía girar la cabeza la echaba para atrás, juntando los brazos al cuerpo casi como si le faltaran; aparte el verde de la túnica, era como mirar la Venus del Nilo. En la tercera ventanilla vimos a un muchacho de rulos rubios y ojos claros que nos hizo una gran sonrisa al descubrir que Holanda y yo lo saludábamos. El tren se lo llevó en un segundo, pero eran las cuatro y media y todavía discutíamos si vestía de oscuro, si llevaba corbata roja y si era odioso o simpático. El jueves yo hice la actitud del desaliento, y recibimos otro papelito que decía: "Las tres me gustan mucho. Ariel." Ahora él sacaba la cabeza y un brazo por la ventanilla y nos saludaba riendo. Le calculamos dieciocho años (seguras de que no tenía más de dieciséis) y convinimos en que volvía diariamente de algún colegio inglés. Lo más seguro de todo era el colegio inglés, no aceptábamos un incorporado cualquiera. Se vería que Ariel era muy bien. 
Pasó que Holanda tuvo la suerte increíble de ganar tres días seguidos. Superándose, hizo las actitudes del desengaño y el latrocinio, y una estatua dificilísima de bailarina, sosteniéndose en un pie desde que el tren entró en la curva. Al otro día gané yo, y después de nuevo; cuando estaba haciendo la actitud del horror, recibí casi en la nariz un papelito de Ariel que al principio no entendimos: "La más linda es la más haragana." Leticia fue la última en darse cuenta, la vimos que se ponía colorada y se iba a un lado, y Holanda y yo nos miramos con un poco de rabia. Lo primero que se nos ocurrió sentenciar fue que Ariel era un idiota, pero no podíamos decirle eso a Leticia, pobre ángel, con su sensibilidad y la cruz que llevaba encima. Ella no dijo nada, pero pareció entender que el papelito era suyo y se lo guardó. Ese día volvimos bastante calladas a casa, y por la noche no jugamos juntas. En la mesa Leticia estuvo muy alegre, le brillaban los ojos, y mamá miró una o dos veces a tía Ruth como poniéndola de testigo de su propia alegría. En aquellos días estaban ensayando un nuevo tratamiento fortificante para Leticia, y por lo visto era una maravilla lo bien que le sentaba. 

    Antes de dormirnos, Holanda y yo hablamos del asunto. No nos molestaba el papelito de Ariel, desde un tren andando las cosas se ven como se ven, pero nos parecía que Leticia se estaba aprovechando demasiado de su ventaja sobre nosotras. Sabía que no le íbamos a decir nada, y que en una casa donde hay alguien con algún defecto físico y mucho orgullo, todos juegan a ignorarlo empezando por el enfermo, o más bien se hacen los que no saben que el otro sabe. Pero tampoco había que exagerar y la forma en que Leticia se había portado en la mesa, o su manera de guardarse el papelito, era demasiado. Esa noche yo volví a soñar mis pesadillas con trenes, anduve de madrugada por enormes playas ferroviarias cubiertas de vías llenas de empalmes, viendo a distancia las luces rojas de locomotoras que venían, calculando con angustia si el tren pasaría a mi izquierda, y a la vez amenazada por la posible llegada de un rápido a mi espalda o -lo que era peor- que a último momento uno de los trenes tomara uno de los desvíos y se me viniera encima. Pero de mañana me olvidé porque Leticia amaneció muy dolorida y tuvimos que ayudarla a vestirse. Nos pareció que estaba un poco arrepentida de lo de ayer y fuimos muy buenas con ella, diciéndole que esto le pasaba por andar demasiado, y que tal vez lo mejor sería que se quedara leyendo en su cuarto. Ella no dijo nada pero vino a almorzar a la mesa, y a las preguntas de mamá contestó que ya estaba muy bien y que casi no le dolía la espalda. Se lo decía y nos miraba. 

    Esa tarde gané yo, pero en ese momento me vino un no sé qué y le dije a Leticia que le dejaba mi lugar, claro que sin darle a entender por qué. Ya que el otro la prefería, que la mirara hasta cansarse. Como el juego marcaba estatua, le elegimos cosas sencillas para no complicarle la vida, y ella inventó una especie de princesa china, con aire vergonzoso, mirando al suelo y juntando las manos como hacen las princesas chinas. Cuando pasó el tren, Holanda se puso de espaldas bajo los sauces pero yo miré y vi que Ariel no tenía ojos más que para Leticia. La siguió mirando hasta que el tren se perdió en la curva, y Leticia estaba inmóvil y no sabía que él acababa de mirarla así. Pero cuando vino a descansar bajo los sauces vimos que sí sabía, y que le hubiera gustado seguir con los ornamentos toda la tarde, toda la noche. 

    El miércoles sorteamos entre Holanda y yo porque Leticia nos dijo que era justo que ella se saliera. Ganó Holanda con su suerte maldita, pero la carta de Ariel cayó de mi lado. Cuando la levanté tuve el impulso de dársela a Leticia que no decía nada, pero pensé que tampoco era cosa de complacerle todos los gustos, y la abrí despacio. Ariel anunciaba que al otro día iba a bajarse en la estación vecina y que vendría por el terraplén para charlar un rato. Todo estaba terriblemente escrito, pero la frase final era hermosa: "Saludo a las tres estatuas muy atentamente. " La firma parecía un garabato aunque se notaba la personalidad. 

    Mientras le quitábamos los ornamentos a Holanda, Leticia me miró una o dos veces. Yo les había leído el mensaje y nadie hizo comentarios, lo que resultaba molesto porque al fin y al cabo Ariel iba a venir y había que pensar en esa novedad y decidir algo. Si en casa se enteraban, o por desgracia a alguna de las de Loza le daba por espiarnos, con lo envidiosas que eran esas enanas, seguro que se iba a armar la meresunda. Además que era muy raro quedarnos calladas con una cosa así, sin mirarnos casi mientras guardábamos los ornamentos y volvíamos por la puerta blanca. 

    Tía Ruth nos pidió a Holanda y a mí que bañáramos a José, se llevó a Leticia para hacerle el tratamiento, y por fin pudimos desahogarnos tranquilas. Nos parecía maravilloso que viniera Ariel, nunca habíamos tenido un amigo así, a nuestro primo Tito no lo contábamos, un tilingo que juntaba figuritas y creía en la primera comunión. Estábamos nerviosísimas con la expectativa y José pagó el pato, pobre ángel. Holanda fue más valiente y sacó el tema de Leticia. Yo no sabía qué pensar, de un lado me parecía horrible que Ariel se enterara, pero también era justo que las cosas se aclararan porque nadie tiene por qué perjudicarse a causa de otro. Lo que yo hubiera querido es que Leticia no sufriera, bastante cruz tenía encima y ahora con el nuevo tratamiento y tantas cosas. 

    A la noche mamá se extrañó de vernos tan calladas y dijo qué milagro, si nos habían comido la lengua los ratones, después miró a tía Ruth y las dos pensaron seguro que habíamos hecho alguna gorda y que nos remordía la conciencia. Leticia comió muy poco y dijo que estaba dolorida, que la dejaran ir a su cuarto a leer Rocambole. Holanda le dio el brazo aunque ella no quería mucho, y yo me puse a tejer, que es una cosa que me viene cuando estoy nerviosa. Dos veces pensé ir al cuarto de Leticia, no me explicaba qué hacían esas dos ahí solas, pero Holanda volvió con aire de gran importancia y se quedó a mi lado sin hablar hasta que mamá y tía Ruth levantaron la mesa. "Ella no va a ir mañana. Escribió una carta y dijo que si él pregunta mucho, se la demos." Entornando el bolsillo de la blusa me hizo ver un sobre violeta. Después nos llamaron para secar los platos, y esa noche nos dormimos casi en seguida por todas las emociones y el cansancio de bañar a José. 

    Al otro día me tocó a mí salir de compras al mercado y en toda la mañana no vi a Leticia que seguía en su cuarto. Antes que llamaran a la mesa entré un momento y la encontré al lado de la ventana, con muchas almohadas y el tomo noveno de Rocambole. Se veía que estaba mal, pero se puso a reír y me contó de una abeja que no encontraba la salida y de un sueño cómico que había tenido. Yo le dije que era una lástima que no fuera a venir a los sauces, pero me parecía tan difícil decírselo bien. "Si querés podemos explicarle a Ariel que estabas descompuesta", le propuse, pero ella decía que no y se quedaba callada. Yo insistí un poco en que viniera, y al final me animé y le dije que no tuviese miedo, poniéndole como ejemplo que el verdadero cariño no conoce barreras y otras ideas preciosas que habíamos aprendido en El Tesoro de la Juventud, pero era cada vez más difícil decirle nada porque ella miraba la ventana y parecía como si fuera a ponerse a llorar. Al final me fui diciendo que mamá me precisaba. El almuerzo duró días, y Holanda se ganó un sopapo de tía Ruth por salpicar el mantel con tuco. Ni me acuerdo de cómo secamos los platos, de repente estábamos en los sauces y las dos nos abrazábamos llenas de felicidad y nada celosas una de otra. Holanda me explicó todo lo que teníamos que decir sobre nuestros estudios para que Ariel se llevara una buena impresión, porque los del secundario desprecian a las chicas que no han hecho más que la primaria y solamente estudian corte y repujado al aceite. Cuando pasó el tren de las dos y ocho Ariel sacó los brazos con entusiasmo, y con nuestros pañuelos estampados le hicimos señas de bienvenida. Unos veinte minutos después lo vimos llegar por el terraplén, y era más alto de lo que pensábamos y todo de gris. 

    Bien no me acuerdo de lo que hablamos al principio, él era bastante tímido a pesar de haber venido y los papelitos, y decía cosas muy pensadas. Casi en seguida nos elogió mucho las estatuas y las actitudes y preguntó cómo nos llamábamos y por qué faltaba la tercera. Holanda explicó que Leticia no había podido venir, y él dijo que era una lástima y que Leticia le parecía un nombre precioso. Después nos contó cosas del Industrial, que por desgracia no era un colegio inglés, y quiso saber si le mostraríamos los ornamentos. Holanda levantó la piedra y le hicimos ver las cosas. A él parecían interesarle mucho, y varias veces tomó alguno de los ornamentos y dijo: "Éste lo llevaba Leticia un día", o: "Éste fue para la estatua oriental", con lo que quería decir la princesa china. Nos sentamos a la sombra de un sauce y él estaba contento pero distraído, se veía que sólo se quedaba de bien educado. Holanda me miró dos o tres veces cuando la conversación decaía, y eso nos hizo mucho mal a las dos, nos dio deseos de irnos o que Ariel no hubiese venido nunca. El preguntó otra vez si Leticia estaba enferma, y Holanda me miró y yo creí que iba a decirle, pero en cambio contestó que Leticia no había podido venir. Con una ramita Ariel dibujaba cuerpos geométricos en la tierra, y de cuando en cuando miraba la puerta blanca y nosotras sabíamos lo que estaba pasando, por eso Holanda hizo bien en sacar el sobre violeta y alcanzárselo, y él se quedó sorprendido con el sobre en la mano, después se puso muy colorado mientras le explicábamos que eso se lo mandaba Leticia, y se guardó la carta en el bolsillo de adentro del saco sin querer leerla delante de nosotras. Casi en seguida dijo que había tenido un gran placer y que estaba encantado de haber venido, pero su mano era blanda y antipática de modo que fue mejor que la visita se acabara, aunque más tarde no hicimos más que pensar en sus ojos grises y en esa manera triste que tenía de sonreír. También nos acordamos de cómo se había despedido diciendo: "Hasta siempre", una forma que nunca habíamos oído en casa y que nos pareció tan divina y poética. Todo se lo contamos a Leticia que nos estaba esperando debajo del limonero del patio, y yo hubiese querido preguntarle qué decía su carta pero me dio no sé qué porque ella había cerrado el sobre antes de confiárselo a Holanda, así que no le dije nada y solamente le contamos cómo era Ariel y cuantas veces había preguntado por ella. Esto no era nada fácil de decírselo porque era una cosa linda y mala a la vez, nos dábamos cuenta de que Leticia se sentía muy feliz y al mismo tiempo estaba casi llorando, hasta que nos fuimos diciendo que tía Ruth nos precisaba y la dejamos mirando las avispas del limonero. 

   
Cuando íbamos a dormirnos esa noche, Holanda me dijo: "Vas a ver que mañana se acaba el juego." Pero se equivocaba aunque no por mucho, y al otro día Leticia nos hizo la seña convenida en el momento del postre. Nos fuimos a lavar la loza bastante asombradas y con un poco de rabia, porque eso era una desvergüenza de Leticia y no estaba bien. Ella nos esperaba en la puerta y casi nos morimos de miedo cuando al llegar a los sauces vimos que sacaba del bolsillo el collar de perlas de mamá y todos los anillos, hasta el grande con rubí de tía Ruth. Si las de Loza espiaban y nos veían con las alhajas, seguro que mamá iba a saberlo en seguida y que nos mataría, enanas asquerosas. Pero Leticia no estaba asustada y dijo que si algo sucedía ella era la única responsable. "Quisiera que me dejaran hoy a mí", agregó sin mirarnos. Nosotras sacamos en seguida los ornamentos, de golpe queríamos ser tan buenas con Leticia, darle todos los gustos y eso que en el fondo nos quedaba un poco de encono. Como el juego marcaba estatua, le elegimos cosas preciosas que iban bien con las alhajas, muchas plumas de pavorreal para sujetar el pelo, una piel que de lejos parecía un zorro plateado, y un velo rosa que ella se puso como un turbante. La vimos que pensaba, ensayando la estatua pero sin moverse, y cuando el tren apareció en la curva fue a ponerse al pie del talud con todas las alhajas que brillaban al sol. Levantó los brazos como si en vez de una estatua fuera a hacer una actitud, y con las manos señaló el cielo mientras echaba la cabeza hacia atrás (que era lo único que podía hacer, pobre) y doblaba el cuerpo hasta darnos miedo. Nos pareció maravillosa, la estatua más regia que había hecho nunca, y entonces vimos a Ariel que la miraba, salido de la ventanilla la miraba solamente a ella, girando la cabeza y mirándola sin vernos a nosotras hasta que el tren se lo llevó de golpe. No sé por qué las dos corrimos al mismo tiempo a sostener a Leticia que estaba con lo ojos cerrados y grandes lágrimas por toda la cara. Nos rechazó sin enojo, pero la ayudamos a esconder las alhajas en el bolsillo, y se fue sola a casa mientras guardábamos por última vez los ornamentos en su caja. Casi sabíamos lo que iba a suceder, pero lo mismo al otro día fuimos las dos a los sauces, después que tía Ruth nos exigió silencio absoluto para no molestar a Leticia que estaba dolorida y quería dormir. Cuando llegó el tren vimos sin ninguna sorpresa la tercera ventanilla vacía, y mientras nos sonreíamos entre aliviadas y furiosas, imaginamos a Ariel viajando del otro lado del coche, quieto en su asiento, mirando hacia el río con sus ojos grises. 

sábado, 8 de marzo de 2014

El cuentista

Para la próxima clase deben traer impreso este cuento de Saki (pueden leer acerca de este peculiar autor acá). Pueden copiarlo y pegarlo en Word, achicarle o agrandarle la letra o darle el formato que ustedes quieran para traer a clase. Eso sí, no le quiten las marcas (subrayados, resaltados) porque van a precisarlas para el trabajo en clase. 

El cuentista (1)
Saki
Era una tarde calurosa, y en el compartimento de ferrocarril el aire se volvía sofocante. Faltaba casi una hora para llegar a Templecombe, la próxima estación. Ocuparon el compartimento dos niñas, una menor que la otra, y un niño, acompañados de una tía ubicada en un extremo del asiento; y enfrente, en el otro extremo, había un solterón que no formaba parte del grupo, lo cual no impidió que los niños se instalaran en su asiento. Tanto la tía como los niños practicaban ese tipo de conversación limitada, persistente, que hace pensar en las atenciones de una mosca que no se desalienta por más que la rechacen. Aparentemente la mayor parte de las observaciones de la tía comenzaban con "No debes", y casi todas las observaciones de los niños con "¿Por qué?" El solterón no manifestó en alta voz lo que pensaba.
—No debes hacerlo, Cyril, no lo hagas —exclamó la tía, mientras el niño golpeaba los almohadones del asiento levantando con cada golpe una nube de polvo.
—Ven y mira por la ventana —añadió la tía.
El niño obedeció de mala gana.
—¿Por qué sacan a esas ovejas de ese campo? —preguntó.
—Supongo que las llevan a otro campo donde hay más pasto —dijo sin convicción la tía.
—Pero hay mucho pasto en ese campo —replicó el niño—; no hay nada más que pasto allí. Tía, hay mucho pasto en ese campo.
—Tal vez sea mejor el pasto del otro campo —sugirió tontamente la tía.
—¿Por qué es mejor? —fue la inmediata e inevitable pregunta.
—¡Oh!, mira esas vacas —exclamó la tía. A lo largo de casi todo el trayecto se veían vacas o bueyes, pero la mujer hablaba como si estuviera señalando algo fuera de lo común.
—¿Por qué es mejor el pasto del otro campo? —insistió Cyril.
El fastidio comenzaba a insinuarse en el entrecejo del solterón. Un hombre duro y antipático, pensó la tía, para quien resultaba absolutamente imposible llegar a una decisión satisfactoria acerca del pasto del otro campo.
La menor de las niñas comenzó a recitar, para entretenerse, "En el camino de Mandalay". Sólo conocía el primer verso, pero obtuvo el mayor provecho posible de su limitado conocimiento. Repitió el mismo verso una y otra vez, con voz soñadora pero resuelta, y perfectamente audible, como si alguien hubiera apostado, pensó el solterón, a que ella no repetiría el verso dos mil veces seguidas sin parar. Quien fuera que haya hecho la apuesta probablemente la perdería.
—Vengan, que les voy a contar un cuento —dijo la tía, después que el solterón la miró a ella dos veces y una al timbre de alarma.
Los niños se acercaron con indiferencia al extremo del compartimento donde se encontraba la tía.
En voz baja y en un tono confidencial, interrumpida a intervalos frecuentes por las preguntas petulantes que sus oyentes formulaban en alta voz, comenzó un relato lamentablemente desprovisto de interés acerca de una niña que era buena, y que se había hecho amiga de todos debido a su bondad, y que fue finalmente salvada del ataque de un toro furioso por varias personas que la admiraban por su virtud.
—¿Si no hubiera sido buena no la habrían salvado? —preguntó la mayor de las niñas. Ésa era exactamente la pregunta que quería formular el solterón.
—Sí, claro —admitió débilmente la tía—, pero no creo que habrían corrido de esa manera si no la hubieran querido tanto.
Nunca escuché un cuento más estúpido —dijo la mayor de las niñas, con suma convicción.
—Tan estúpido que ya no presté atención después de la primera parte —dijo Cyril.
La menor de las niñas no hizo ningún comentario, pero hacía rato que había empezado a murmurar su verso favorito.
—Al parecer no tiene usted ningún éxito como cuentista —dijo de pronto el solterón desde el otro extremo.
La tía se encrespó al defenderse instantáneamente de este ataque inesperado.
—Es muy difícil contar cuentos que los niños puedan entender y a la vez apreciar —dijo poniéndose tiesa.
—No comparto su opinión —dijo el solterón.
—A lo mejor quiera usted contarles un cuento —replicó la tía.
—Cuéntenos un cuento —pidió la mayor de las niñas.
—Había una vez —comenzó el solterón—, una niña llamada Bertha, que era extraordinariamente buena.
El momentáneo interés que los niños habían demostrado comenzó a vacilar; todos los cuentos parecían espantosamente iguales, sea quien fuere que los contara.
—Era siempre obediente, no faltaba a la verdad, conservaba limpia su ropa, comía budines de leche como si fueran pastelitos rellenos de dulce, aprendía perfectamente sus lecciones y era bien educada.
—¿Era linda? —preguntó la mayor de las niñas.
—No tan linda como tú —dijo el solterón—, pero era horrorosamente buena.
En los niños hubo una reacción favorable; la palabra horrorosa referida a la bondad era una novedad recomendable por sí sola. Introducía un viso de verdad que estaba ausente en los cuentos de la vida infantil que refería la tía.
—Era tan buena —prosiguió el solterón— que su bondad le valió varias medallas que llevaba siempre prendidas al vestido. Una medalla en premio a la obediencia, otra a la puntualidad y una tercera por buena conducta. Eran medallas grandes de metal que tintineaban al rozarse cuando la niña caminaba. No había en ese pueblo ningún otro niño que tuviera tres medallas, de modo que todos daban por sentado que era una niña extraordinariamente buena.
—Horrorosamente buena —recordó Cyril.
—Todos hablaban de su bondad, y al príncipe de la comarca le llegaron noticias al respecto, y dijo que como era tan buena tendría autorización de pasearse una vez por semana en su parque, que quedaba en las afueras del pueblo. Era un parque muy hermoso, y en el cual nos se permitía entrar a los niños, de modo que era un gran honor para Bertha ser invitada al parque.
—¿Había ovejas en el parque? —preguntó Cyril.
—No —respondió el solterón—, no había ovejas.
—¿Por qué no había ovejas? —fue la inevitable pregunta que surgió de la contestación.
La tía se permitió una sonrisa, que casi podría describirse como una mueca burlona.
—No había ovejas en el parque —dijo el solterón—, porque la madre del príncipe soñó una vez que su hijo sería matado por una oveja, o que moriría aplastado por un reloj de pared. Por tal razón, el príncipe no tenía ovejas en el parque ni tampoco un reloj de pared en el palacio.
La tía ahogó un suspiro de admiración.
—¿Fue la oveja o el reloj lo que mató al príncipe? —preguntó Cyril.
—El príncipe aún vive, de ahí que no podamos saber si el sueño se cumplirá —dijo sin inmutarse el solterón—; de todas maneras, no había ovejas en el parque, pero eso sí, estaba lleno de lechones que corrían por todos lados.
—¿De qué color eran los lechones?
—Negros con cabezas blancas, blancos con pintas negras, enteramente negros, grises con manchas blancas y algunos completamente blancos.
El cuentista hizo una pausa para dar a la imaginación de los niños una idea cabal de los tesoros del parque; luego prosiguió:
—Bertha lamentaba que no hubiera flores en el parque. Había prometido a sus tías, con lágrimas en los ojos, que no arrancaría ninguna de las flores del amable príncipe, y como se había propuesto cumplir su promesa, se sintió, es claro, ridícula a ver que no había flores.
—¿Por qué no había flores?
—Porque se las habían comido los lechones —respondió enseguida el solterón—. Los jardineros explicaron al príncipe que no se podía tener flores y lechones a la vez. Decidió tener lechones.
Hubo un murmullo de aprobación por la excelente decisión del príncipe; tantas personas hubieran elegido la otra alternativa.

—Había en el parque muchas otras cosas igualmente encantadoras: estanques con peces dorados, azules y verdes, árboles con hermosas cotorras que decían frases inteligentes sin hacerse rogar, colibríes que susurraban todas las melodías populares de entonces. Bertha paseaba por el parque y sentía una inmensa felicidad, y pensó: "Si yo no fuera extraordinariamente buena no me hubieran permitido venir a este parque tan bello y disfrutar de todo lo que aquí se ve" y mientras caminaba sus tres medallas tintinearon al rozarse y le hicieron recordar cómo era de buena. En ese preciso instante comenzó a rondar por el parque un enorme lobo que andaba en busca de un lechón gordo para comérselo a la hora de cenar.
—¿De qué color era? —preguntaron los niños, cada vez más interesados.
—Del color del barro, con una lengua negra y los ojos de un gris claro que brillaban con indecible ferocidad. Lo primero que vio al entrar en el parque fue a Bertha; su delantal era tan inmaculadamente blanco que se podía distinguir a la distancia. Bertha vio al lobo y vio que el lobo avanzaba hacia donde ella se encontraba. Comenzó a lamentarse de que la hubieran invitado al parque. Corrió tan velozmente como pudo, y el lobo, dando grandes saltos, casi la alcanzó. Bertha logró llegar hasta donde había un grupo de arrayanes y se ocultó detrás del más tupido. El lobo comenzó a husmear entre las ramas, con su lengua negra colgándole de la boca y sus ojos gris claro brillando de furia. Bertha estaba terriblemente asustada, y pensó: "Si yo no hubiera sido tan extraordinariamente buena me encontraría a salvo, a estas horas, en el pueblo". Sin embargo, el perfume del arrayán era tan fuerte que el lobo no podía localizar dónde se escondía Bertha, y los arbustos eran tan tupidos que bien hubiera podido rondar en torno a ellos sin distinguir a la niña. Por lo cual decidió que era mejor atrapar un lechón. Bertha temblaba toda entera de tener al lobo rondando y husmeando tan cerca de ella, y al ponerse a temblar la medalla de la obediencia chocó con las de buena conducta y puntualidad. El lobo se disponía a alejarse cuando oyó el ruido de las medallas que tintineaban, y se detuvo a escuchar; el tintineo volvió a repetirse desde un arbusto muy cercano de donde se encontraba. Se lazó sobre el arbusto, con sus ojos gris claro que brillaban de ferocidad y de satisfacción, y arrastró a Bertha de sus escondite y la devoró hasta el último bocado. Todo lo que quedó de Bertha fueron sus zapatos, restos de ropa y las tres medallas de la bondad.
—¿Murió alguno de los lechones?
—No, escaparon todos.
—El cuento empezó mal —dijo la menor de las niñas—, pero tiene un final muy hermoso.
—Es el cuento más hermoso que haya escuchado jamás —dijo la mayor de las niñas, con suma decisión.
—Es el único cuento hermoso que haya escuchado jamás —dijo Cyril.
La tía manifestó su disentimiento.
—¡Un cuento absolutamente inadecuado para los niños! Usted ha destruido el efecto de años de cuidadosas enseñanzas.
—De todas maneras —dijo el solterón recogiendo su equipaje y disponiéndose a dejar el compartimiento—, los mantuve tranquilos durante diez minutos, algo que usted no fue capaz de hacer.

—¡Qué mujer desdichada! —pensó mientras caminaba por el andén de la estación Templecombe—; durante los próximos seis años estos niños habrán de atosigarla en público pidiéndole un cuento inadecuado.

(1) Relato extraído del libro El tigre de la señora Packletide y otros cuentos (Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1989. Colección Biblioteca Básica Universal, N° 4), de Saki. Estudio preliminar, traducción y selección de Eduardo Paz Leston.