"Escribir un cuento realista a partir de las historias leídas (la del "crack", la de la familia de inmigrantes y la de la fotografía) teniendo en cuenta los siguientes pasos:
a) ¿Qué me interesa destacar de todos los datos relevados? ¿La historia de la fotógrafa, la de la protagonista de la foto o la de su hija?
b) En función de lo anterior, ¿desde qué punto de vista se relatará la historia? ¿Qué tipo de narrador elegiré para contarla?
c) Realizar un plan con respecto al tiempo narrativo, es decir, planificar en qué orden contaré los hechos (¿Cronológicamente?, ¿a manera de flashback?, ¿in media res?,…)
d) Pensar en qué momento el narrador le dará la voz a los personajes del cuento e incluir diálogos en la narración respetando las reglas que el código exige en estos casos.
e) Intercalar descripciones de los personajes teniendo en cuenta los artículos leídos y la foto en cuestión.
f) Pensar de qué manera le darán indicios de época al lector sin necesidad de explicitar el año o el lugar en que se desarrolla la acción. (Averigüen costumbres de la época, vestimenta, tareas agrícolas, noticias de la depresión, ..., para incorporar en la narración de modo que resulte creíble.)
g) Tener presente el uso de la función estética del lenguaje, la correcta división en párrafos, la ortografía, la puntuación y demás detalles imprescindibles para una buena actuación. Es absolutamente necesario revisar muy bien el texto antes de entregar."
Entre los cuentos realizados, seleccionamos dos por su creatividad y la preocupación por el uso de la función estética del lenguaje. Espero que los disfruten.
La vida de
Florence
Por
Daniela Kaufmann
“Ch ch” se escuchó. Les pedí a mis hijas que no se movieran, que ya iba
a terminar...
“¡Ch!” y, repentinamente, ya no está, la mujer se había ido.
“¡Ch!” y, repentinamente, ya no está, la mujer se había ido.
-¿Listo mami?- me dice Katherine.
Katherine es una niña muy hermosa: tiene cuatro años, es bajita para su
edad, pero muy inteligente. Tiene unos bellísimos rizos marrones y grandes ojos
pardos, lástima que esté sucia.
-Sí, ¿viste que no duele?-
le digo.
-¿Para qué lo hizo?- me cambia de tema.
- Cree que puede ayudarnos, a nosotros y a todos- respondo dudosa.
Dos horas antes…
-Mamá, ¿cuándo terminamos?- me pregunta Katherine.
- Hija, ya sabés que necesitamos comer, terminamos cuando todo el campo
de algodón esté vacío- le digo.
-¡Pero!... Bueno…
Pasa un rato y un par de preguntas más en relación con “cuándo
terminamos” provenientes de mis hijos, cuando aparece Lily, que estaba llegando
de la escuela.
-¡Mamá, mamá! Toby ¡otra vez!- me grita.
-¿De nuevo?- digo preocupada.
- Si, vení- dice y sale corriendo hacia el toldo.
La sigo. Ese toldo es pequeño, frío y destartalado, también es nuestro
hogar, está cerca del campo de algodón porque allí trabajamos
-Chicos, ustedes también, ya hicimos bastante- le grito a mis
otros hijos.
Voy a ver a Toby, está llorando otra vez. Desde que nació, ya hace un
año, está enfermo. Se le nota en la cara pálida y chupada y en esos ojos azul marino
que te miran sufriendo.
-Shhhh, ya va a pasar- le digo.
Lo agarro y lo pongo en mis brazos. Mis hijas me traen la mezcla de
hierbas, le doy un poco a Toby que se calma y se duerme. Mientras tanto aparece
en nuestro humilde toldo una mujer desconocida, parece bien cuidada, tiene un
peinado voluminoso y ropa de seda, lleva una cámara grande y cara y una gran
lámpara. Debe ser reportera.
-¿Puedo sacarles una foto?- pregunta- Es para ayudar- agrega.
Me brinda una mirada significativa y yo la entiendo.
Presente…
Con mi hijo en mis manos y mis hijas a los costados, acepto. Lily y
Katy se dan vuelta porque una vez escucharon (y creyeron) que las luces de las
cámaras te dejan ciego “ch ch” “¡ch!” siento esa luz inmensa sobre mi cara. La
mujer desaparece y le explico a mi hija por qué nos sacó la foto.
Pasan los días, no vuelvo a ver a la misteriosa mujer. Toby sigue empeorando, ya no puedo trabajar porque lo tengo que cuidar. No sé qué tiene, no sé qué hacer, estoy muy preocupada.
Pasan los días, no vuelvo a ver a la misteriosa mujer. Toby sigue empeorando, ya no puedo trabajar porque lo tengo que cuidar. No sé qué tiene, no sé qué hacer, estoy muy preocupada.
Un día vinieron unas personas:
-Somos de una asociación que ayuda a gente en su estado- me dice una
mujer alta y rubia. Me llama la atención lo limpia que está. Parece seria y
formal pero tiene una mirada dulce.
-¿Saben de medicina?- pregunto desesperada.
- Sí, señora- responde.
Y trae a un joven doctor a quien le cuento el estado de mi hijo menor.
Después de horas de espera me dan el resultado:
-Señora: su hijo es celíaco, eso quiere decir que no puede comer
ninguna comida que tenga gluten- me dice. Me largo a llorar, además de no tener
comida, la que tengo no se la puedo dar a mi hijo. Una gran depresión me
invade.
Pero desde ese día las cosas empiezan a cambiar. Esta gente nos viene a
ayudar y nos da comida, incluyendo la comida especial para Toby. Hasta podemos
tener un pequeño ahorro. Las cosas están cambiando, la sociedad se está
acomodando.
Finalmente todo el sufrimiento termina, tenemos casa y comida, no es la
gran vida pero yo la aprecio mucho, Toby se ve mucho más sano y feliz. Nuestras
vidas mejoraron, mis hijos ya no tienen que trabajar. Espero que ni mis hijos
ni mi esposo ni yo tengamos que pasar por esto nunca más.
Perdiendo la
Esperanza
Por
Macarena Rodríguez Salinas
Teniendo nada, habíamos perdido todo. Nuestro lugar había sido
destruido por una tormenta y las cosas iban de mal en peor. El aire era
deprimente. Estaba con mis hijos, solo caminando, esperando a nuestro próximo
destino, intentando escapar e ir hacia algo mejor, pero con pocas esperanzas.
Necesitaba trabajar. Eran tiempos difíciles, pero yo estaba haciendo lo posible
para que mi familia no la pasara tan mal. De todos modos, estábamos devastados.
Nunca habíamos tenido mucho, pero perderlo todo fue un fuerte golpe, estábamos
arruinados, al igual que toda la gente que en esos momentos se encontraba
alrededor nuestro. Sabía que los niños estaban haciendo lo posible para no
quejarse, hacía muchas horas que no comíamos.
Finalmente llegamos a un campo. Había bastantes hoovervilles, habitados
por familias, mujeres, hombres. Todos ellos con mucho sufrimiento
proyectado en sus rostros, y podría asegurar que había gente allí que no comía
desde hacía días.
-Llegamos, niños- dije, cansada y con la mejor voluntad. Hacía lo
posible para que mi voz sonara neutral, pero era casi inevitable que en
ella apareciera un tono de tristeza. No quería que mis hijos se desanimaran,
pero el aire alrededor era sombrío: desalentador y sombrío.
Nuestra ropa estaba sucia, pero todos en ese lugar eran como nosotros.
No queríamos estar ahí y nuestro ánimo se iba cayendo poco a poco. Todos los
niños estaban desaliñados y desprolijos. En el aspecto todos éramos
similares: con bolsas debajo de los ojos, con el agotamiento tan visible casi
como el apetito.
Ya habíamos pasado cuatro días ahí y las cosas no mejoraban. Vegetales
congelados eran la única comida a la que podíamos acceder.
-Disculpe, señora, estoy intentando atrapar la esencia de estos
momentos, así la gente estará informada acerca de lo que pasa. ¿Podría tomarles una fotografía?- escuché
decir a una señora, que se dirigía a mí. Supuse que la fotografía era para
ayudar. Supe de inmediato que ella no estaba sufriendo así.
-Sí, claro que puede- respondí convencida de que era lo mejor.
Luego de tomarnos fotografías, nos agradeció y se fue.
Esos son algunos de los recuerdos de esos tiempos. Lo único que podría
asegurar es lo traumático de esa situación. Jamás voy a olvidar los rostros de
la gente, sufriendo.